24 de noviembre de 2009

La ética que rige hoy

Aproximación desde las perspectivas de Kant y Descartes

Por Ariel Ericson


En las aulas de la Universidad Nacional de Chaco se realiza una fiesta de strippers entre los alumnos bajo el liderazgo del presidente del centro de estudiantes y en la esquina de las calles Machado y Mendoza, a dos cuadras del edificio central de la Universidad de Morón, un automovilista estaciona su vehículo lejos del cordón de la vereda, sobre la bocacalle, para bajar despreocupadamente a realizar una compra en un comercio. Ejemplos de un riesgo portencial para
 la integridad física y moral de las personas se multiplican a diario en nuestro país a la enésima potencia, por no mencionar temas de fondo que parecen soslayados ex profeso por quienes se suponen líderes de la sociedad, como lo son la exclusión social y la ausencia de polìticas de estado en casi todos los aspectos de la vida en sociedad con sospechosísimas excepciones.
Pareciera como si el contrato social hubiera prescripto ya de toda vigencia. ¿Qué ética rige hoy?
Nos encontramos en un momento de la historia en la cual los códigos tradicionales cambiaron. La posmodernidad nos enfrentó a la muerte de los grandes relatos, aunque hay quienes afirman que algunos están volviendo a cobrar fuerza en el comienzo de la sociedad del conocimiento y las tecnologías de la información, aunque no son como los tradicionales, son nuevos, y lo inquietante es la dimensión desconocida de esa novedad. Algunos no están cumpliendo lo que prometían: el relato de la suma del conocimiento y la democracia global del pensamiento en la forma de la internet junto con la lógica de un mercado que necesita que lo ayudemos porque una vez que se recupere entraremos en una fase de solución paulatina de todos los grandes problemas de la humanidad, es la nueva versión de la panacea del mercado liberal de Adam Smith. No tengo nada en contra de Adam Smith, de hecho admiro su pensamiento agudo y su ímpetu renovador, pero la historia nos ha enseñado lecciones que necesitamos aprender de una vez por todas para no volver a tropezar dos veces con la misma piedra. Por lo que sabemos, Adam Smith era un hombre sincero que no estaría muy feliz de ver cómo sus ideas se convirtieron en instrumentos de opresión contra millones y millones a lo largo de la historia.
En esta sociedad parecen regir cada vez más los códigos personales, fragmentarios, unipersonales, a los que muchos o pocos pueden adherir sin que preocupr demasiado a sus creadores. De hecho, lo que tenemos es un caos de códigos individuales que desafían a los comunitarios, a los tradicionales o a cualquier otro que no sea el elaborado por el propio individuo en defensa de una igualdad de validez de todos. Paradójicamente, cuando los otros códigos afectan el nuestro, la tolerancia se esfuma instantáneamente, sin dejar rastro.

Tanto Kant como Descartes, cada uno con su método, más largo el de Descartes, más directo el de Kant, acaban significativamente planteando un alternativa que tiene que ver con una fe que no es ciega sino, por el contrario, inteligente: El imperativo categórico de “Obra de manera tal que tu máxima pueda adecuarse a la ley universal” de Kant, y la idea que el cógito deriva en Dios por exigencia de la razón de Descartes, ya que “Sólo porque una naturaleza infinita existe puede poner su idea en una naturaleza finita que la piensa”, nos dicen que seamos más humildes, no dóciles porque sí, sino humildes para reconocer que nos necesitamos mutuamente para ayudarnos a crecer y establecer consensos productivos, los cuales no son otra cosas que los códigos éticos que acordamos para desarrollar con excelencia y a favor del bien común el ejercicio de nuestras profesiones y actividades.